Cada vez me resulta más insoportable la reacción de los alumnos cuando digo la palabra
PRUEBA ¿PRUEBA? Cada vez escucho más quejas:
¿Por qué tenemos que hacerlas?
¿No podemos hacer otra cosa?
Más aún, estoy detectando una tendencia últimamente que no me gusta para nada. Algunos alumnos planean con premeditación no venir el día que vamos a hacer la prueba, así obtienen los temas o las preguntas de los compañeros y ellos tienen más tiempo para estudiar.
Es más, he llegado al punto de amenazas:
“Si no vienen a la prueba no van a tener evaluación (omdöme) para la charla de aprovechamiento (utvecklingssamtal) y las pruebas nacionales tendrán entonces mucho más peso en la evaluación, del curso. Claro, la amenaza no funciona con los más pequeños, pero ellos no son tan quejones.
La verdad, es que la amenaza funcionó bastante bien, pero eso de tener que andar con amenazas… ¡ No es sano!
En los últimos meses he reflexionado mucho acerca de las pruebas, acerca de sus fines y funciones, del valor no sólo de poder evaluar el aprendizaje sino más bien la enseñanza.
Casi nunca he dedicado tiempo a diseñar pruebas que evalúen la enseñanza, no suelen existir en los manuales que ofrecen las editoriales tampoco.
Y en este orden de ideas me di cuenta de algo muy simple, que había estado allí enfrente mis narices y de mi práctica docente durante 20 años pero que no había podido observar antes. Quizá la práctica fue más fácil de apreciar porque ahora hacemos las pruebas de forma digital, ya son muy pocas las ocasiones en la que utilizo pruebas escritas de papel.
Después de hacer la prueba digital, suelo entregar a los alumnos sus resultados con una página en donde indico si han aprobado los diferentes apartados de la prueba. En el caso que no se aprueben algunos de los aspectos, le indico al alumno cuáles son los ejercicios que tienen que hacer para obtener ese aprendizaje.
Aquí un ejemplo:
Después de haberles dado los resultados y de que los alumnos han terminado sus ejercicios solía continuar con el curso, un grave error, GRAVÍSIMO ERROR.
¿Y SI HACEMOS LA PRUEBA OTRA VEZ? ¿JUNTOS?
Estaba cayendo en la rutina, como el caballo lechero que siempre sigue el mismo camino sin atreverse a probar nuevos senderos.
¿Podríamos evaluar la enseñanza con una prueba específicamente diseñada para evaluar el aprendizaje de los alumnos?
Y así probé hacerlo con mis alumnos de séptimos grado, deteniendome en las partes difíciles y comprobando que todo el grupo haya entendido bien cada uno de los aspectos.